«Si alguno de los
tuyos se empobrece y no tiene cómo sostenerse: ayúdale, como lo harías con el
extranjero o con el visitante. Así podrá seguir viviendo... No le prestes
dinero con intereses ni le impongas recargo a los víveres que le fíes». Levítico 25:35-37
La usura no es una práctica nueva. Es tan
antigua como la profesión más vieja del mundo. Se han ocupado de ella
gobernantes y pensadores desde hace unos tres mil años. Carlomagno –el gran
emperador de Europa- legisló y convirtió a la usura en delito el año 789. En la
península ibérica varios fueron los reyes que tuvieron que lidiar con ella.
Alfonso X El Sabio, se ocupó con profundidad del tema en las llamadas Siete
Partidas. Alfonso XI dictó regulaciones en la Cortes de Valladolid (1325),
Madrid (1329) y Alcalá (1348). Enrique II legisló en las Cortes de Burgos
(1377) y Juan I en las Cortes de
Valladolid (1385). Durante centurias los gobernantes han legislado,
contenido y puesto a raya a los usureros.
Con el paso de los
años y la sofisticación de estos negocios el término “usurero” fue
transformándose, derivando en otros como: “prestamista”, “especulador”, “inversionista”. Se pasó de los contratos
personales a los pagarés, bonos y otros productos más sofisticados. Las deudas
no solo las adquirieron los ciudadanos sino también las empresas y los estados.
Actualmente al grupo de personas y organizaciones que prestan dinero y
especulan se les llama “mercados”. Ahora son reverenciados. Acogidos como
salvadores por gobernantes e instituciones. Los mercados son los que
mandan, los que ocupan las primeras planas de los diarios, los que deponen y
nombran a Primeros Ministros: los jefes.
Se nos pretende hacer creer que un país es un
negocio cualquiera; una corporación más sometida a los mercados. Los
tecnócratas -que directa o indirectamente están ligados a los especuladores-
están imponiendo su pensamiento; y los gobiernos, únicos contrapesos, están
cediendo con una pasividad inédita. Es más, incluso inmersos en la lógica
simplista de que un país no es más que un negocio cualquiera, ¿Acaso
una empresa vive solo de sus cotizaciones en el mercado de valores? Cualquier
analista financiero sabe que confiar el futuro de una organización a esos
mercados es riesgoso. El país ya no sería ni siquiera una empresa tradicional,
sino una simple entidad de especulación financiera, una ficha más en los
volátiles juegos de los mercados.
La deuda pública tampoco es una práctica
nueva. Pero las naciones la han usado siempre moderadamente y en
momentos críticos. Probablemente porque entendían que la
emisión de deuda es sobre todo un salvavidas, y no un instrumento eficaz de desarrollo. Todo lo contrario: cuanto más deuda pública contrae
un país, más vulnerable se hace. No es una casualidad que los gobiernos de Italia y Grecia hayan sido los primeros depuestos por los mercados. En
la última década son los 2 países que han tenido la mayor deuda pública en
Europa. En 2010 Grecia tuvo 147.8 % de deuda en comparación a su PIB e Italia
109.0 % según datos de la OECD.