“Rescaten a las personas, y no a los bancos”
decía el cartel que un hombre sostenía con los brazos en alto, mientras pasaba
frente al Banco Central de España. Era uno de los miles de ciudadanos que el 15
de octubre pasado salieron a las calles en Madrid y otras ciudades del orbe
para protestar; para pedir un cambio urgente; para expresar su rechazo
contundente a los manejos de políticos y grupos financieros que en plena crisis
económica parecen ajenos a las urgencias de la mayoría de la sociedad.
El cartel de aquel hombre resumía bien el
sentir de aquella multitud frente a la actuación de sus gobernantes, que
parecen ajenos y preocupados en salvaguardar los intereses de unos pocos; del tan citado “mercado”. Como si el mercado
fuera un ente sacro y misterioso. Como si el mercado fuera inexorable. El
mercado se llama Warren Buffet y George Soros; Michael Bloomberg y Rupert
Murdoch; Carlos Slim y Bill Gates; Emilio Botín y Manuel Jove. El mercado es
ese pequeño grupo de personas que manejan los hilos de la economía y que no
representa ni el 0,1 % de la población global.
Estas marchas -que
cada vez son más generalizadas- representan también la pérdida de confianza de
un sector de la población en las “recetas” económicas. La gente confió cuando
los gobiernos ayudaron a ciertas corporaciones financieras, en la creencia que
con estas ayudas se protegerían los ahorros y promoverían créditos. Pero lo
único que han hecho algunos directivos de estas organizaciones es repartirse el
dinero como un botín, y dejar a la empresa en peor situación. Es el caso de AIG
en EEUU o de Caja Mediterráneo y Novacaixagalicia en España. Lo indignante e
injusto es que el dinero de esos rescates pertenece a millones de
contribuyentes que ganan sueldos bajos y sobreviven a sus deudas básicas.
La complacencia y subordinación de algunos
gobiernos con los grupos financieros ha llegado a tal grado, que en Francia
algunos mega-millonarios han pedido que les suban los impuestos. Grecia, es
otro ejemplo de la negligencia de sus líderes. El propio Ministro de Finanzas,
Yorgos Papaconstantinu, reconoció: “Desafortunadamente, el carácter de
oligopolio de muchos sectores y mercados en Grecia hace que las subidas
fiscales se hayan trasladado directamente a los consumidores”. Son solo dos
ejemplos para entender porqué ahora nadie se cree el cuento de “la mano
invisible” del mercado. La mano, en todo caso es muy visible y se parece más a
un puño.
Colapsará el sistema financiero dice algunas
voces agoreras; como si ya no fuera suficiente colapso los casi 5 millones de
españoles en el paro; mientras otro gran porcentaje sufre el deterioro de sus
condiciones laborales y salariales. El actual ministro de Fomento de España,
José Blanco, sabedor de esta situación se atreve a decir casi con cinismo:
“Aquellos que hoy están indignados estarán desesperados” haciendo alusión al
probable triunfo del PP en las próximas
elecciones generales de noviembre. Así se manejan los políticos hoy en España,
compitiendo por ser los menos nefastos, sin propuestas claras y coherentes.
La gente que protesta en las calles estas
semanas tiene otra visión de los problemas y son los que realmente sufren las
consecuencias de los descalabros político-económicos. Ya es tiempo de no
encasillarlos y etiquetarlos. Los grandes medios de información siguen hablando
de “indignados” como si se tratara un grupo de personas surgido de la nada. Las
personas que piden cambios son ante todo y sobre todo: ciudadanos. Los que
asistimos el 15 de octubre a la marcha en Madrid vimos gente de todos los
sectores. Vimos obreros, maestros, funcionarios; vecinos, amigos, madres,
hijos. Las acciones aisladas de algún grupo minoritario en Barcelona o Roma no
resta legitimidad al reclamo de fondo;
no anula la voz de la inmensa mayoría que pide, que exige un cambio inmediato y
estructural.
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