Marionetas, muñecos, títeres, y
a veces bobos. Es lo que significa “Muppets” en la cultura anglosajona y -como
todo el mundo sabe- son los habitantes de Barrio Sésamo en el ámbito hispano… o
no. Para ciertos directivos de Goldman Sachs son sus
clientes... somos nosotros. Porque ¿quién no tiene una cuenta bancaria? ¿Quién
no se ha sentido alguna vez tratado como un Muppet?
"Me molestaba ver la
frialdad con que se hablaba de engañar a los clientes. En los últimos meses
conocí cinco directores que se referían a sus propios clientes como Muppets,
incluso en los correos electrónicos", escribió en un artículo Greg Smith, ex directivo de
Goldman Sachs (GS), en marzo de este año en The New York Times. GS es uno de
los mayores grupos de inversión del mundo, cuenta con más de 30 000 empleados y
varios de sus ex ejecutivos ocupan ahora puestos claves en la Unión Europea,
como Mario Draghi actual presidente del Banco Central Europeo.
Lo grave de este tipo de
escándalos -como el de GS- no es la ofensa a los clientes; no es siquiera la
actitud necia de esos funcionarios inconscientes de quienes pagan sus sueldos.
Lo grave es que esos directivos y sus empresas se han convertido en el Olimpo
de este siglo; los tótems; los intocables. Nos guste o no, se han "incrustado" en
nuestras actividades cotidianas. Hoy en día tener una cuenta bancaria es casi
un requisito para acceder un empleo. Hasta nuestros sueldos llegan al
banco antes que a nosotros.
Este mes en España un tribunal
de Valencia ha condenado al banco francés
BNP Paribas a devolver el dinero vendido en “preferentes” a sus clientes
que se sintieron estafados. En EE.UU. el Senado acusa a HSBC –Un gigante
presente en 85 países- de blanqueo de dinero del narcotráfico. El banco no
habría controlado millones de dólares en operaciones sospechosas con México o
Arabia Saudita. “Permitió durante años que criminales de todo el mundo
emplearan sus servicios para lavar dinero procedente del narcotráfico o
destinado a financiar operaciones terroristas” según informa El País.
Ciertamente, los bancos
facilitan las transacciones financieras y el intercambio comercial. No lo hacen
todo mal; y no todos los bancos son iguales. El pasado julio, en un hecho
inédito, funcionarios del banco Novagalicia tuvieron la decencia de pedir
perdón a sus clientes, por escrito y públicamente. El presidente ejecutivo y el
consejero delegado publicaron una carta en distintos medios de comunicación
titulada «Antes de nada, perdón». Y dicen: «Pedimos perdón por el error de
haber comercializado preferentes entre clientes particulares sin suficientes
conocimientos financieros, causándoles problemas tan graves... y por las
abusivas indemnizaciones que percibieron algunos ex directivos».
A los bancos se les ha dado un
poder casi ilimitado y sin apenas control. Pueden cambiar los contratos cuando
quieran; pagar sueldos estratosféricos. Pueden mudarse, fusionarse, sin que los
gobiernos digan nada. Es más, la mayoría de las veces con la anuencia de los
mismos. La semana pasada el ministro de Economía y Competitividad de España,
Luis de Guindos, anunciaba en el Congreso de Diputados: que el rescate principalmente se destinará a
los bancos que han tenido mala gestión, y notificaba tan tranquilamente: “Lo
que va a ocurrir en España es que determinadas entidades se van a reestructurar
y van a acabar absorbidas por otras... otras terminarán desapareciendo desde el
punto de vista de su independencia comercial”.
Y por supuesto se espera que
nosotros, los Muppets, aceptemos los cambios importantes sin chistar, sin
cuestionar. Se espera que nosotros, los principales sostenedores de estas
corporaciones; los afectados finales por las medidas aceptemos sus decisiones
sin intervenir. Que digamos “Amén”. Por
ello no es extraño que estos días organizaciones de ciudadanos españoles,
hartos de ser postergados, se manifiesten en las calles y protesten con lemas
sencillos pero de importante contenido: “Rescaten a las personas, no a los
bancos”.
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